Cambio climático, Transición Energética y transformación del sistema socioeconómico
Tanto el Cambio Climático (CC) como el declive de los combustibles fósiles y nucleares y la consecuente Transición Energética (TE) necesaria a las renovables implican, cada uno por sí solo, una profunda transformación civilizatoria. Así, reducir el consumo energético y transformar el sistema a uno basado en fuentes renovables, al tiempo que se mantiene la expansión económica (escenario que inspira el borrador actual de la LCCTE), es una estrategia basada en dos hipótesis implícitas:
- (a) El descenso continuo de la intensidad energética, a un ritmo mucho mayor que el constatado históricamente.
- (b) La desmaterialización de la economía.
Al respecto de la primera hipótesis (a), aunque las mejoras de eficiencia tienen margen de maniobra, este está limitado por simples principios físicos de la termodinámica. Realicemos algunas aproximaciones cuantitativas sencillas: recordemos que la denominada intensidad energética es el conciente entre el producto interior bruto y la energía primaria consumida. En una economía estacionaria (ΔPIB=0%) se necesitaría que la intensidad energética cayese a un ritmo del 3,5% anual para producir un ahorro de la energía primaria del 35% en 2018-2030 —aparente pretensión de esta ley—, lo que no se ha producido nunca en la historia de España durante 12 años seguidos (en el periodo 2000-2013 la intensidad energética bajó a un ritmo promedio de poco más del 1% anual). Pero, si además se pretende mantener el crecimiento del PIB, entonces dicho objetivo de reducción del consumo parece sencillamente imposible.
Por otro lado, se ignora la actuación del efecto rebote (paradoja de Jevons), por el cual las mejoras en la eficiencia suelen conducir históricamente a un mayor consumo global de energía. El efecto rebote total (el de toda la economía) es de al menos el 50%, y para España se ha estimado en 65-75% (Dimitropoulos 2007; Freire-Gonzalez 2017).
La segunda hipótesis (b), es teóricamente imposible si la economía mide cosas reales; biofísicamente no puede desmaterializarse. Y su aproximación en la práctica se trata de un fenómeno todavía no demostrado, más allá de procesos cuyos éxitos relativos se basan mayoritariamente en la externalización internacional de los impactos ecológicos (desacoplamiento relativo vs. desacoplamiento absoluto), como muestran los estudios de huellas ambientales (energía, carbono, agua…). Apunta a ello que, a escala internacional en este mundo interconectado, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y el consumo energético mundiales correlacionan positivamente con la economía.
Por tanto, dado que la reducción del consumo de energía y de la emisión de GEI no son una opción, sino una obligación —si queremos mantener no sólo algún grado de civilización humana sino la propia existencia de la humanidad y el correcto funcionamiento de la biosfera—, la salida a ese dilema hace necesario abandonar el actual sistema basado en el crecimiento continuo del consumo. Y no sólo es que la reducción sea necesaria para evitar las peores consecuencias de un cambio climático acelerado, de la pérdida de biodiversidad etc., sino que es inevitable, empezando por la llegada de los techos de extracción mundial de combustibles fósiles y habida cuenta de que nuestras sociedades están incrustadas en un plantea finito con límites biofísicos.
Por todo ello, consideramos que deberían revisarse totalmente los objetivos de la LCCTE, pues la única manera de reducir los inputs energéticos (en una escala apreciable, y sin desviar consumos más intensos a terceros países) es intentar reducir el output económico de forma controlada (Anderson & Bows 2012). Para el caso de un país como España y bajo los principios de equidad y solidaridad internacional, esa reducción deberá ser elevada.
Para reducir los outputs de emisiones, las propuestas del borrador de la ley están basadas, en gran medida, en una transición relativamente rápida a fuentes energéticas renovables. Sin embargo, para realizar esta transición en el tiempo y la forma pretendidas habría que analizar previamente —y no darlo por supuesto— si es posible realizar tal sustitución sin modificar radical y fundamentalmente la estructura de nuestra Civilización. A este respecto, hay dos aspectos fundamentales que es necesario tener en cuenta (GEEDS 2018a,b,c; Capellán et al. 2018):
- Nunca se ha hecho una transición energética de esta importancia en la historia de la humanidad sin un cambio profundo simultáneo de la misma estructura social. Los cambios planificados de la matriz energética se han hecho siempre desde unas fuentes energéticas que no estaban en disminución y que fueron la base para las nuevas infraestructuras. Por tanto, se pretende disminuir los combustibles fósiles rápidamente (lo que es necesario por el cambio climático y obligado por su finitud) montando un sistema alternativo de fuentes renovables que, para su infraestructura inicial —por no mencionar su mantenimiento y reposición al final de la vida útil de cada elemento de dicho sistema—, requiere de esos mismos combustibles fósiles en declive.
- Las infraestructuras no renovables para la captación de las fuentes energéticas renovables, requieren, durante todo el proceso de transición, una cantidad de materiales y de energía mayores que las infraestructuras que hoy tenemos. En un mundo finito de materiales esto puede agravar una serie de problemas preexistentes de disminución de reservas minerales y de contaminación asociada a la industria minera. Además, la energía necesaria para operar y mantener la infraestructura energética está en aumento relativo a la producida total, y si los sistemas de captación de renovables se instalan a ritmos elevados, esa energía necesaria para la infraestructura tendería a comerse toda la energía producida, dejando a la sociedad una energía neta muy escasa, lo que podría generar un proceso de descomposición social.
Por tanto, chocamos nuevamente con el hecho de que la transición energética a renovables, requiere también la disminución del output económico para que éstas no demanden más de lo que pueden dar en tiempo y forma.
Esta es, a nuestro entender, y a la luz de la realidad científica, la única opción posible. Y la LCCTE debería partir de ese principio. Dicho de otra forma: realizar una Transición Energética a un sistema basado sólo en renovables, exige una Transición Metabólica a un sistema económico poscrecimiento de menor metabolismo.
Una transformación de tal calado excede las posibilidades del presente informe y debe hacerse desde la máxima participación democrática. No obstante, creemos que lo que se necesita como primer paso es reconocer a todos los niveles la Situación de Emergencia Planetaria que la humanidad enfrenta. Para ello, el Gobierno y el Estado deberían, a nuestro juicio:
- Explicar la situación a la población volcando todos los recursos estatales disponibles, especialmente los recursos comunicativos y educativos. Las leyes derivadas (que multipliquen el alcance de la LCCTE tal y como proponemos) no deben ser solamente transversales a todos los Ministerios del Gobierno, sino centrales, subordinándose estos a un MTE que podríamos denominar Ministerio de Emergencia Planetaria. Sin duda, no resultará difícil a cualquier Gobierno con el valor de hacerlo, encontrar apoyos en la comunidad científica y en actores sociales, como se ha referenciado en la bibliografía y se ha desarrollado en Transicion-Ecologica.info.
- Buscar alianzas a todos los niveles: medios de comunicación, actores sociales, partidos políticos, poderes internacionales supraestatales, etc.
- Dirigir todos los recursos económicos del Estado hacia esta Situación de Emergencia Planetaria, invitando a que los recursos económicos privados apoyen y se dirijan también en el mismo sentido; en caso de no obtener su apoyo proactivo, aminorar los efectos de sus resistencias u oposición.
- Volcar todos los recursos educativos y de investigación en todos los niveles, públicos y privados, en esta tarea común.
Aplicar dichas medidas requeriría de unas políticas sujetas a numerosos supuestos de corte sociopolítico, ideológico y moral, de tal modo que no podríamos realizar al respecto afirmaciones categóricas sin sufrir la sospecha de sesgos de ese mismo tipo. Aun así, las personas autoras del presente informe no rehúyen —por compromiso público, por coherencia y por convicción de la insuficiencia de las respuestas exclusivamente técnicas— posicionarse también en las polémicas políticas que disputarán y perfilarán la tarea colectiva más importante del siglo XXI: la transición civilizatoria dentro de los límites biofísicos del planeta Tierra.
Somos también conscientes de las enormes dificultades, de toda índole e imposibles de minusvalorar, implícitas en una tarea de la magnitud de un cambio sistémico que revierta la lógica civilizatoria que ha dominado las sociedades humanas, al menos, durante los últimos 250 años. Por ello resulta fundamental contemplar también —como un escenario realista que toda sociedad madura y responsable debería manejar— la posibilidad de que la transición ordenada a un metabolismo sostenible fracase, en buena medida por no actuar y coordinarse los Estados y Gobiernos —y la sociedad en general— en la dirección que aquí proponemos. Por ello, puede ser necesario que nuestros esfuerzos colectivos deban concentrarse también en adaptarnos a toda una serie de desórdenes y disrupciones provocadas por el colapso del modo de vida industrial. Un horizonte que desde hace tiempo ha abandonado el terreno de la ficción distópica para convertirse en la voz de alarma de la comunidad científica.